Fue en Estados Unidos donde se empezó a hablar sobre la dieta mediterránea como modelo de alimentación tras la publicación en los años 60 de un estudio comparativo de los hábitos dietéticos de siete países, Estados Unidos, Japón, Finlandia, Holanda, la antigua Yugoslavia, Italia y Grecia.
En el estudio se destacaba la longevidad de los habitantes de Grecia, sobre todo de la isla de Creta, algo que se atribuyó a su alimentación, rica en antioxidantes y ácidos omega 3 y basada en el consumo de aceite de oliva, legumbres, frutas, verduras y lácteos.
Hoy, la dieta mediterránea se entiende como una serie de hábitos alimenticios que pueden variar de unos países a otros, pero que presentan características comunes, sobre todo, en las regiones del sur de Europa, donde el clima permite el cultivo del olivo y el resto de ingredientes que forman la base de este modelo, como el tomate, las patatas, los pimientos o el maíz, que llegaron de América; el arroz y la naranja, originarios de Asia, y verduras como las alcachofas, las berenjenas o las espinacas, procedentes de los países árabes.
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